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Revista Compartiendo (Marzo 2017).
Aquí estoy señor, para hacer tu voluntad

Siempre, en este tiempo, somos invitados a disfrutar de la misericordia y el amor de Dios. Ese amor incansable, ese amor que ofrece todos; no por lo que merecemos, sino por su infinita bondad.

El Señor conoce a todos y a cada uno de nosotros desde nuestra realidad y sabe que nuestro corazón desea, ansiosamente, sentir paz. Cualquier hombre, cualquier mujer, con sus defectos, limitaciones, necesidades y equivocaciones desea tener paz interior. Esto es algo que nunca podemos dejar de buscar porque todos los días; hasta que convirtamos, todo en todo, en nuestro corazón, ansiaremos la paz, la gracia y... sobre todo: el perdón de Dios.

Todos buscamos sentirnos dignos y felices.
Refiriéndose a esto Jesús nos dice que esa alegría la encontraremos sólo en el “agua viva”.

Nuestra sed espiritual, nuestra necesidad de paz interior no puede saciarse consumiendo agua de la canilla, agua de pozo o agua mineral. Cuando una persona está mal no existe ninguna bebida que pueda calmar su sed de paz.

Hay quienes ni siquiera sienten sed y mueren secando de a poco su vida. Nuestra ansiedad es difícil de saciar sin la gracia de Dios.

Por eso, cuando aparecen culpas, angustias o insatisfacciones personales no se distraigan con aquello que calma parcialmente, busquen el agua viva. ¿Dónde?

Con fe, con perseverancia, con amor, como dice Jesús, en el fondo de nuestro corazón sentiremos esa agua viva que calma y transforma. Cuando tenemos la dicha de reconocer, aceptar, cambiar y encontrar esa gracia de Dios, a pesar de nuestras equivocaciones y defectos; sólo por su misericordia, nuestra vida se convierte: de un desierto a un oasis.

Por eso Jesús nos pide que abramos nuestro corazón para que Dios pueda obrar hasta el fondo de nuestras realidades. Necesitamos perseverancia, oración y, sobre todo, entrega total confiando en su misericordia y en nosotros mismos (porque somos nosotros los encargados de creer y dejar que Dios obre).

Es difícil a veces; la realidad de la vida nos defrauda y todo nos dice que no hay perdón, o que se acabaron las posibilidades para “levantar cabeza”. Pero Jesús nos aclara que, cuando abrimos nuestro corazón, nunca es tarde para encontrar la vida.

Voy a narrarles una breve historia, un caso real

Un joven árabe estudiaba en Europa. Lo preocupaba especialmente la posibilidad de cambiar algunas cosas en su país de origen.

Cuando este joven volvió a la base del Jordán pensó en cambiar esa tierra para hacerla fértil.

Su deseo era hacer florecer un jardín de rosas en el desierto.

Todos dijeron: “Está loco” “Quiere hacer algo imposible”.

A pesar de los comentarios negativos algunos lo escucharon y pensaron en invitar a expertos para ver si existía la posibilidad de agua en medio del desierto. Este joven tenía una intuición que le decía que así era y él confiaba en esa inspiración, confiaba en su “musa”.

Fue así que llegaron expertos de todas partes del mundo, estudiaron la tierra y dijeron:

“Es una idea inútil la de este joven y su musa. No hay chances. Es imposible. Bajo este desierto, no hay agua. No se preocupen más ni gasten dinero”.

El joven árabe no se resignó. Fue así como se dirigió a un campo de refugiados (en Jordán había muchos en aquel tiempo) y le preguntó a un grupo de hombres si podían ayudarlo a concretar su sueño: darle vida al desierto y su gente.

No contaban con máquinas, ninguna tecnología, solo unos pocos tenían una pala o un pico y así empezaron a levantar la tierra abriendo un pozo en medio del desierto.

Trabajaron, trabajaron, trabajaron... mucho tiempo; como 6 meses y no encontraban el agua que buscaban...

Los que pasaban y los veían trabajar decían: “Ese hombre está loco, está buscando algo que “nunca” va a encontrar en el fondo del desierto”

Al cabo de esos 6 meses comenzaron a sentir humedad en el suelo: ¡estaba mojado!

Cuentan que los que estuvieron allí no gritaron, ni cantaron, sólo mirando el agua: lloraron.

Su alegría era tan grande que lloraron de júbilo, en silencio, porque no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. ¡Tantos dijeron que estaban locos!

Hoy, el valle del Jordán es un jardín de flores. Una hermosura donde plantan rosas.

Hoy, gracias a ese hombre que perseveró y creyó en su musa y también gracias a muchos que creyeron en él y se sacrificaron tanto tiempo hasta tocar el fondo del desierto, es una tierra llena de vida.

Ahora bien, muchas veces, cuando nosotros comenzamos a buscar la paz, el perdón y la misericordia de Dios tratamos de hacerlo superficialmente pero la misericordia de Dios no está en la superficie de las cosas sino en el fondo de nuestro corazón; buscando y profundizando nuestra realidad.

Aunque nuestra vida parezca seca, un desierto que no sirve para nada... que no tiene nada... debemos seguir ahondando.

Jesús nos enseña que si el hombre busca con fe y perseverancia, haciendo lo imposible y lo increíble, como aquel joven del relato, encontrará “agua viva” en el desierto de su corazón.

Si vos y yo, nosotros, tenemos la gracia de convertirnos desde nuestras raíces, desde el fondo de nuestro ser... encontraremos la respuesta de Dios.

Sólo ese “agua viva” sacia nuestra sed, nuestra ansiedad, por encontrar la felicidad de la vida.

En este tiempo el Señor nos invita a asumir nuestra realidad, aceptando exactamente lo que somos desde nuestras raíces, desde el fondo de nuestro corazón y, confiando en él, luchar sin descanso para encontrarnos con su amor y su misericordia.
Sé que cuando un ser humano “toca fondo” se queda sin energía, sin recursos, sin nada (como estaban los hombres del campo de refugiados) pero había algo que los impulsaba a seguir, a buscar (como nos sucede a nosotros) y, cuando ya la esperanza los había abandonado, del suelo brotó la paz y la seguridad de que todo es posible para Dios.

Cuando la samaritana se encontró con Jesús le dijo: “Señor el pozo es profundo... ¿con qué vamos a sacar el agua?” Y el Señor le contestó: “Dios te da “agua viva”, sin instrumentos, sin ningún recurso humano, en la profundidad de tu corazón la encontrarás”. Es decir: Dios te da el perdón y la misericordia que buscamos para vivir dignamente.

“Hacer posible lo imposible”
Esa es la oferta de hoy que nos propone Jesús a través de su palabra y para alcanzarla nos brinda recursos nuevos que pueden ayudarnos a cambiar nuestra vida pasada a una vida nueva en la gracia de Dios.

Hay que aprender a vivir ¡para adelante! No te detengas en tu pasado ni en tus errores, vive para el futuro. Ese futuro puede “florecer”, puede ser trocado de “desierto” a “jardín”, si tenés capacidad para alimentar tu vida con lo único que puede saciarla: la gracia y la misericordia de Dios.

Abramos nuestro corazón y confiemos en su amor para encontrar la vida: “vida en abundancia”.

Dios los bendiga.
Revista Compartiendo
Imagen de la portada.

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