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Revista Compartiendo (Julio 2015).
MISTERIO Y SACRAMENTO DE INMENSO AMOR Y MISERICORDIA

Dios siempre quiso llegar a nosotros, desde el comienzo de la creación, cuando el hombre equivocó el camino. Al principio se acercó, como fuego, como calor de amor. Así fue como Moisés descubrió su presencia en aquel arbusto ardiente. De esta forma Moisés recibió en su interior el mensaje: “voy a purificar e iluminar tu camino, voy a darte toda la fuerza necesaria para sobrellevar los tropiezos de la vida”.
Los profetas lo percibieron en aquel viento suave que atravesó los pueblos y, si continuamos ahondando en el Antiguo testamento, en muchas ocasiones nos habla de cómo diferentes hombres, en diferentes tiempos, sintieron la presencia de Dios.
Luego llegó Jesús y tomó nuestra condición humana. El misterio más hermoso fue y es: la encarnación del Hijo de Dios. De esta forma demostró que nos amaba y quería compartir toda nuestra realidad humana. Desde ese momento, cercano y en medio de nosotros, comenzó a acompañarnos y guiarnos por el camino de la vida, reforzándonos y alimentándonos.
Jesús sabía que el camino era duro y lo demostró llevando la cruz, esa cruz que cada uno de nosotros tiene que aprender a amar para poder sobrellevarla.
Durante el vía crucis, cayendo, transformando su sudor en sangre, nos demostró que el sendero a transitar es muy difícil para el ser humano ya que está compuesto de dolor y sufrimiento, pero lo hermoso de todo esto es saber que hay un Dios que nos comprende y acompaña.
El amor de Dios está dispuesto a darnos, cada vez que caemos, la fuerza necesaria para que podamos levantarnos y seguir adelante. Hermosamente Jesús entendió y nos mostró el significado del camino de la vida del hombre. No es un caminar simple sino un caminar con compromiso, con entrega; un caminar que exige grandes sacrificios.
Por eso Jesús se quedó; para alimentarnos con el amor de Dios hecho carne, entregando su propio cuerpo y sangre. No sólo lo predicó sino que verdaderamente lo vivió en la cruz para demostrar cuánto nos ama.
La Eucaristía es el misterio más grande de la misericordia y el amor de Dios
Jesús entregó su vida por los pecadores, entregó su ser para que nosotros podamos seguir avanzando de pie. Él nos da el alimento que baja del cielo, no nos da el pan material que cada día llevamos a nuestra mesa, el pan que Jesús nos da nos conduce a la vida eterna: “el que come de este pan vivirá para siempre”.
Tenemos que aprender a vivir esta vida terrenal como verdaderos hijos de Dios, alimentándonos del “pan de vida” para poder alcanzar la vida divina a la que somos llamados.
Si queremos permanecer en Él, y Él en nosotros, debemos nutrirnos con ese pan que es su propio cuerpo y su sangre, el pan de su entrega que nos da vida en abundancia. ¡Qué hermoso! Por eso la Eucaristía es el signo más bello de la presencia de Dios.
Dios quiere hacernos partícipes de su divinidad; transformarnos para que no solo seamos seres humanos terrenales sino también celestiales. “Al que come de este pan”, dice Jesús: “yo lo resucitaré en el último día”.
Es decir que glorificará nuestro cuerpo para que volvamos a encontrar la vida divina.
El camino de la vida comienza en el jardín del Edén. Con el pecado de Adán y Eva ellos salieron del paraíso pero Dios les dijo que algún día los iba a volver a traer a su casa, que les iba volver a dar la divinidad que acababan de perder. Por eso Jesús nos dice que si comemos su cuerpo encontraremos todo lo que necesitamos para acercarnos a la vida divina.
La vida divina se encuentra cuando el hombre se reconcilia con Dios. ¡Qué hermoso! En la Eucaristía, cada vez que nos equivocamos, cada vez que nos quedamos sin fuerzas, Jesús nos repite: “Te perdono, confiá en mí”.
Jesús no vino a este mundo por los santos sino por los pecadores. Entregó su vida para salvación de las almas. Por eso, cada vez que nos equivocamos, cada vez que nos quedamos sin recursos, nos invita a su mesa para fortalecer nuestra vida interior, para volver a sembrar en nosotros la esperanza. El alimento que Jesús nos da transforma al hombre terrenal y lo eleva hacia el hombre celestial. Nos da la seguridad que Dios está con nosotros. ¡Cuánta maravilla!
Cuando uno está agotado y sin esperanza ¿qué necesita? : Amor, comprensión y misericordia. La Eucaristía es todo eso: abrazo, amor, comprensión, perdón. Su alimento no sostiene el físico sino el espíritu. Muchas veces cuando nos acercamos a comulgar no le damos tanta importancia, lo hacemos por tradición, por costumbre... pero es ¡mucho más! Es la fuerza con la que podemos lograr aquellas cosas que están más allá de lo sentimental y lo material.
A todos nos ha pasado alguna vez que no tenemos más voluntad para seguir y bajamos los brazos, perdemos la esperanza y decimos: “ya está, hasta aquí llegué”. No se equivoquen, la Eucaristía es la fuerza para continuar, para cambiar a través del perdón y la misericordia infinita de Dios. Sólo Él puede transformar nuestra vida porque Él es vida.
Este alimento, este pan del cielo, se nos ofrece a todos sin excepción porque Jesús murió en la cruz por ti y por mí, por los pecadores y los santos. En muchas ocasiones Jesús habló de la misericordia de Dios: cuando se refirió a las ovejas perdidas, al hijo pródigo, la mujer adúltera y tantos otros, y lo hizo para que conviertan su corazón y puedan volver a reconciliarse con Él.
Por esta razón nadie puede decir quién merece recibir y quien no merece, a todos se les ofrece porque Jesús, cuando murió en la cruz, lo hizo por todos y cada uno de nosotros. Lo único que nos pide es que confiemos en Él y comamos de su pan para poder alcanzar su perdón y vivir en su amor.
Alimentemos nuestra vida de este misterio insondable y volverá a nacer en nosotros la esperanza. Cuentan que el padre Abraham estaba preparando la cena y de pronto golpearon la puerta:
- “Padre Abraham tengo hambre y sed, no doy más, no tengo fuerzas para caminar. Por favor dame algo para comer, estoy sin recursos humanos como para seguir luchando”.
Entonces el padre Abraham invitó a esta persona a su mesa y comenzó a bendecir y a agradecer los alimentos. Esto hizo que el mendigo se pusiera furioso y empezara a blasfemar. -“No voy a rezar, no diré una sola palabra”. Abraham interrumpió la oración y dijo: “Si estás enojado con Dios y te niegas a agradecer tendrás que retirarte, Él te dio la vida”. El hombre se levantó de la mesa y se marchó.
Abraham no podía entender como un ser humano se negaba a agradecer a Dios. Una vez que terminó de comer se retiró a rezar delante del Sagrario. En ese instante sintió que Jesús le preguntaba:
- “Abraham ¿qué te pasó esta noche? ¿Por qué te enojaste?”.
-“Señor, un mendigo tenía hambre y sed. Lo invité a compartir mi mesa y, por supuesto, antes de comenzar quise bendecir los alimentos y agradecerte ante lo cual el hombre se puso nervioso y comenzó a decir cualquier barbaridad contra vos, entonces no lo pude soportar y lo eché”.
- “Hiciste mal” -dijo Jesús- “¿Por qué?”
-preguntó Abraham-. Y contestó Jesús: -“48 años cuidé a ese hombre. Nunca dejé que le faltara comida y un lugar donde pasar la noche y vos ¿ni siquiera pudiste aguantarlo una hora? ¿Donde está tu misericordia?”
La Eucaristía no es algo sobre lo cual podemos decir: “Yo merezco el otro no”. A veces nos pasa que miramos a los que se acercan a recibir la comunión y decimos: “Mirá, con todo lo que hizo está comulgando” “¿Cómo se atreve?”
¿Dónde está nuestra misericordia? Dejen al otro hacer porque la Eucaristía es el mayor de los misterios de amor. Cada vez que consagro agradezco a Dios por haberme elegido para multiplicar este pan para el mundo a fin de que cada ser humano que quiere buscar la fuerza de la vida reconciliándose con Dios lo haga a través de este pan compartido.
El señor hace caer la lluvia sobre pecadores y santos, hace brillar el sol para todos, de la misma forma Él se nos ofrece, sin fijarse en lo que merecemos, para que volvamos a su camino.
Ojalá que alimentándonos del Cuerpo y la Sangre de Jesús podamos transformar nuestra vida pecadora a una vida en gracia de Dios.
Revista Compartiendo
Imagen de la portada.

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