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Revista Compartiendo (Febrero 2015).
Dos monedas de oro

Había una vez un sepulturero del cual todos se quejaban... así fue que los habitantes del lugar le llevaron sus quejas al intendente. El sepulturero nunca hacía las cosas bien porque estaba borracho, dormido o porque no trataba bien a la gente; abría el cementerio cuando quería, en realidad tenía un montón de cosas negativas.
El intendente, cansado de los reclamos, llamó al hombre y le dijo:
-“Señor, hay muchas quejas sobre usted y su trabajo” -y agregó: “dicen que es un borracho, que no cumple, en fin, dicen de todo un poco”
Entonces el sepulturero pensó bien y contestó:
-“Señor, yo siempre entierro bien a los muertos... con toda dignidad, siempre cumplo con mi tarea. ¿Me puede decir cuántos de ellos se han quejado?”
Y sí, uno desvía las cosas a su favor muchas veces ¿no? Y en vez de aceptar el error trata de buscar la forma de discutir para defenderse sin tomar conciencia de su propio problema. Quiere justificarse utilizando cualquier tipo de fundamentos.
Por eso, en ciertos casos, tu silencio vale oro: “dos monedas de oro” y mucho más. Yo lo aprendí de mi papá. Él era un hombre que valoraba el silencio.
Ojo que, a veces, no soy igual que mi papá... jaja... yo me conozco... pero aprendí mucho guardando silencio en el momento oportuno.
Cuando alguien se desubica o dice cualquier cosa desagradable uno tiene que aprender a ofrecer algo, no una respuesta con gritos o defensa... no, sólo silencio.
Hay muchas personas que tienen celos y te critican, personas con envidia... personas que dicen cosas desubicadas porque no te quieren o personas falsas, creídas... Por nuestra vida pasan personas así; que crean situaciones malas... y uno trata de defenderse... ¿Saben? la mejor manera de hacerlo es el silencio.
Si alguien insultaba a papá o le decía algo feo, respondía:
-“Que Dios te bendiga hijo, hasta luego”-nunca insultaba.
Nosotros éramos chicos y le decíamos: “Papi, decile algo” ¿por qué dices: que Dios te bendiga?, dale una patada”.
Y papá siempre respondía: -“Nunca escupas mirando hacia el cielo porque ensucias tu propia cara. dejá todo en manos de Dios... Dios sabrá enseñarles lo mejor”.
¡Qué sabiduría! hermosa enseñanza de papi.
El día que falleció vino una gran cantidad de gente a casa para agradecer lo que brindó al pueblo y a decir cosas lindas sobre papá.
No era maestro ni sacerdote, era simplemente un hombre, alguien común que aparentemente no estaba rodeado de muchas personas y que, simplemente, guardaba silencio... y así transformó todo... nosotros mismos decíamos: “Qué hermoso es el silencio, hasta donde uno puede llegar y hacer... es muy valioso”.
A largo plazo el silencio te permite comprender por qué sucedieron algunas cosas que, de haber mediado una palabra en aquel momento podría habernos desubicado un montón.
Es cierto. Cuando vos respondés al ataque, con tus propias palabras empeorás la situación, las propias palabras te matan, te condenan. Suele suceder ¿no? Pero si callaste, a partir de allí tenés posibilidades de hablar otra vez y explicar.
¿Saben? Cuando uno no está bien o está confundido por algo emocional o cuando se siente bajoneado... contesta mal... casi siempre lo hace de una forma que, realmente, desfigura todo; hasta que se sienta y tranquiliza, entonces dice: “¿Para qué hablé? ¿para qué respondí?
Por ahí uno, para defenderse, hasta dice cosas que no tienen relación, miente... cualquier cosa con tal de atacar a la otra persona. Es un error muy grande que cometemos los seres humanos.
Una herida chiquitita a veces termina siendo muy grande y ya, después, no se puede curar.
He escuchado casos en los que se terminan matando: dos personas comienzan hablando y discutiendo sobre trabajo y después... terminan en una guerra. Entre un padre y un hijo hay una diferencia o entre dos hermanos y... el padre termina golpeando al hijo... o un hermano matando al otro.
Todo se convierte en un desastre cuando criticamos y criticamos a una persona y a otra.
Después pasa el tiempo y uno quiere amigarse, reconciliarse y… bueno ¡ya no hay tiempo!, ya es muy difícil explicar, hablar, entender...
Recuerden: más ofendemos, más perdemos. Más hablamos, menos podremos dialogar mañana. Es así; sobre todo en los momentos de tensión: si no vamos a decir algo lindo, mejor callar, tengamos o no tengamos razón.
El silencio, recuerden: vale dos monedas de oro.
Es necesario saber hablar como corresponde, en el momento que corresponde.
Si existe alguna desconfianza, algún problema: hable, pero hable bien... resolviendo el problema, aclare todo... Ahora bien, si no puede hablar con fundamentos coherentes ¡cállese!
Si el momento no permite el diálogo, usted cállese.
Suele suceder que uno quiere conversar o explicar algún malentendido pero el otro no puede escuchar porque está a la defensiva, con celos o desubicado. En esos casos hagan como decía papi: “dejen todo en manos de Dios”.
En la convivencia es importante aclarar las cosas con madurez y con sinceridad, como hijos de Dios, más que engañarnos a nosotros mismos con fundamentos inválidos.
Cuando una persona critica, puede que tenga razón o no... pero siempre tengan presente que una crítica puede perjudicar o recompensar.
Hay personas que no aceptan las críticas como el otro pretende; sobre todo cuando no son muy conscientes de su manera de vivir y de los efectos que esto provoca. En estos casos es muy difícil hablar u opinar; sobre todo con aquellos que usan el poder para condenar a otras personas.
El que tiene poder está para servir no para condenar y tiene mayor responsabilidad con respecto a cómo y cuándo debe hablar o mantener silencio. Esto también es muy importante en nuestra convivencia.
Pensemos en Jesús... Cuántas personas lo criticaron y él, sin enojo, sin discusión, en igualdad (y era el hombre más poderoso del mundo) mostró cómo la autoridad no es poder sino servicio, para crecer juntos...
Todos los seres humanos nos equivocamos.
Cuando tenemos que corregir algo debemos hacerlo con paciencia, con comprensión... Naturalmente, el que es criticado, y sabe que su palabra tiene poder, tiene que cuidar mucho las palabras con las cuales termina de definir o expresar sus sentimientos.
A veces la gente no le da importancia a esto. Suelen decir:
-“Y bueno... yo tengo poder, digo cualquier cosa”- Sin darse cuenta que esa “cualquier cosa” puede destruir una persona, sus expectativas y, hasta puede paralizar su vida.
Por todo esto es muy importante saber hablar correctamente, en el momento que corresponde, con las palabras que corresponden; sin apuros, con dignidad, con el respeto que merece todo ser humano, porque si no, se hace muchísimo daño.
Por otro lado les digo: no guarden completo silencio.
Sí, ya sé que estuve diciendo que mantengamos silencio pero, que no sea por miedo, que no sea un silencio que condena, que te explota dentro... que no tiene sentido.
Busquen la forma de hablar correctamente porque los que callan, y permanecen siempre callados, terminan gastando su propia salud.
Papá nos explicaba que: cuando tenía la posibilidad de hablar, con mucha tranquilidad, mucha serenidad, respeto y comprensión, lo aprovechaba. No para explotar sino para dialogar; para dar comienzo a un diálogo fraternal.
Muchas veces no alcanzamos este diálogo fraterno y ¿a dónde vamos? a un mundo que destruye, en primer lugar, a nosotros mismos, a las instituciones y también la convivencia.
Todos tenemos que aprender a escuchar lo que desean expresar los demás.
Sé que es muy difícil... porque cuando uno cree que tiene razón, no escucha.
A veces se toman decisiones, se determina algo y es feo tener que dar marcha atrás pero, cuando se reconoce el error, hay que pedir disculpas y hacer lo correcto.
Esta actitud muestra una persona valiente, digna de admiración, porque comprende que se equivocó, con palabras o decisiones, y es el momento de disculparse.
Por eso aunque pienses: “tengo razón”, igual escuchá al otro... no lo obligues al silencio.
A mí me ha pasado: cierta vez había unos chicos que se reían en la misa que yo estaba dando y me enojé y pensé: “bien... se merecen un reto... todos”.
Después de la misa los chicos pidieron hablar conmigo para explicarme lo sucedido.
Escuché la explicación que me dieron. Alguien había hecho reír al grupo cuando hizo algo desubicado. Lo hizo dos o tres veces y no pudieron aguantar...
En realidad lo que había sucedido es que un chico enfermo que estaba en misa se sacó un moco y lo tiró para arriba. Los chicos se asustaron y se reían, porque no sabían dónde iba a caer...
Son cosas que pueden pasar.
Entonces les pedí disculpas y les dije que no sabía que, realmente, una persona que no es normal, desubicada, había hecho esto: escandaloso y de mal gusto.
En determinados momentos hay que comprender y, con sabiduría y prudencia, manejar los hechos. Con las palabras adecuadas o el silencio que merece, tomar decisiones; no para perjudicar; sino para ubicar las cosas como corresponden.
Jesús lo hizo muchas veces.
Ojalá que Dios nos ayude y con un silencio adecuado y una sabiduría propia aprendamos a “hablar cuando corresponde y mantener el silencio también cuando corresponde” porque una palabra bien dicha “vale oro” y el silencio bien ubicado “vale dos monedas de oro”.

Dios los bendiga.

Padre Ignacio Peries

Revista Compartiendo
Imagen de la portada.

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