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Revista Compartiendo (Junio 2015).
Hay mucha luz… cerremos las persianas

En todo tiempo Jesús nos invita a aclarar nuestra visión, profundamente, interiormente, más allá de lo físico, a nivel espiritual, para poder llegar a ver el verdadero escenario de nuestra existencia.

Cada uno de nosotros tiene sus propios límites para ver y mirar, ya sea por defectos físicos, congénitos, capacidades y conceptos diferentes, cualidades, en fin… limitaciones.
Por eso, muchas veces, cuando miramos, con estos hermosos ojos que Dios nos dio, lo hacemos, lamentablemente, con criterios humanos, más allá de ver con criterios divinos.
Nuestra manera de mirar la vida demuestra la madurez que alcanzamos y lo que nos falta, realmente, para lograr una visión divina.
Jesús nos pide que volvamos a recuperar nuestra dignidad de hijos de Dios para tener criterios divinos y también una visión, con plenitud, en su gracia.
Recordemos que no sólo somos seres humanos que están lidiando con los problemas de cada día sino seres espirituales que estamos luchando en lo terrenal para encontrar la vida divina.
La luz de Dios nos ilumina y qué importante es tener luz para poder ver y reconocer, claramente, la realidad.
Cuando miramos sólo con criterios humanos, muchas veces, en nuestra mirada predomina el egoísmo. Y ese egoísmo nos lleva a criticar, condenar, a ver lo negativo de los demás.
Pensar que la Luz vino al mundo para iluminar el camino, para que tengamos vida y avancemos con seguridad por ella; pero el hombre, con su egoísmo, innumerables veces, paraliza ese avance.
Hay personas que sienten que son mejores que unos y otros. Esto puede pasar porque solo ven lo negativo de los demás con el afán de verse bien a sí mismos. Algunos lo hacen por orgullo, por vanidad, para ser el mejor, para tener la razón, para sentirse bien... De alguna forma, cuando uno actúa así, busca que se condene a los demás.
Cuando miramos con bronca, con odio o ¡peor!… cuando lo hacemos con celos o envidia, nuestra visión se distorsiona y afecta todo aquello que puede hacernos sentir o vivir una vida digna.
Nuestra forma de obrar, pensar y hasta la manera de lograr la felicidad se ven sujetos a nuestra “manera de ver”.
Según como miramos, pensamos.
Jesús nos aconseja diciéndonos: -“Aprendan a mirar y a vivir como hijos de la luz”, de esa luz tan importante y tan hermosa que nos da la vida. “Si no hay luz, no hay vida”.
Muchas veces los seres humanos no le damos valor a esto.
Si observamos a la gente del campo, cuando siembran o cosechan, escucharemos decir un sinnúmero de veces: -“Necesitamos sol”, porque la cosecha no llega si no tienen suficiente sol para madurar la vida que traen las semillas. Ninguna planta crece en todo su esplendor si no hay sol.
La luz es ¡tan importante! Sin el sol que nos alumbra la vida sobre la tierra se iría extinguiendo, recuérdenlo… toda la vida. ¿Saben por qué todas las raíces que sostienen a las plantas y las semillas que están bajo tierra sobreviven cuando llega el invierno? porque saben que llegará la luz del sol hasta ellas para darles nueva vida. La luz del sol penetra las profundidades, calienta el suelo e impulsa a la vida.
Los criterios humanos o terrenales nos demuestran la importancia de la luz del sol para vivir en este mundo.
Los criterios celestiales nos dicen que “el hombre tiene que lograr la luz divina para encontrar lo espiritual que lo lleve a la felicidad”.
Lo terrenal, de manera aislada, no es lo que nos recompensa y nos alegra. Lo espiritual es lo que realmente nos da la “visión necesaria” para sentirnos y ser hijos de Dios.
¿Qué diferencia existe entre las dos formas de ver la vida?
Con la luz natural solo miramos el afuera. Con la luz de Dios vemos en la profundidad del corazón.
La mirada humana suele confundirnos y hacernos pensar que somos poderosos, omnipotentes, que tenemos todo, bueno… en esa mirada se encuentra definida nuestra conciencia.
Jesús nos explica que al igual que la semilla que está bajo tierra y necesita fecundar para comenzar la vida; lo interior de cada uno de nosotros, necesita la luz de Dios para enriquecerse y encontrar vida en abundancia en la vida espiritual.
Entonces ¿qué nos está pidiendo Jesús?
Que comencemos a alumbrar nuestra vida interior como aquel ciego del evangelio para poder ver la Gracia de Dios y, a partir de allí, cambiar nuestros conceptos.
¿Por qué?
Porque la mirada interior que hacemos desde la gracia de Dios, desde la misericordia de Dios, desde su amor... cambia todo. Recién en ese momento descubrimos lo que verdaderamente somos, qué criterios utilizamos y qué valores tenemos. La visión de la vida pasa a ser diferente y nosotros nos transformamos en personas nuevas.
La luz de Dios, lo espiritual, no permite que predomine lo terrenal nuestra vida.
Tenemos que llegar a aprender que lo espiritual es lo que debe dominar e iluminar nuestra existencia, sólo así encontramos el verdadero camino a seguir.
Aquel hombre ciego del evangelio cuando recibió la luz de Dios comenzó a ver su propia realidad porque salió de los criterios humanos para encontrarse con lo divino.
Muchos no pudieron dejar de lado los criterios humanos por eso se quedaron sin reconocer a Jesús. Se quedaron en el poder, en las cosas sociales, materiales, y esto les impidió ver a Jesús en toda su dimensión.
Aquel ciego buscaba algo más que lo material, tenía mucha fe y fue su fe la que le hizo ver todas las cosas que no había podido ver antes, cosas que ni siquiera imaginaba.
Si abrimos nuestro corazón a Dios, si confiamos en su gracia, podremos llegar a reconocer nuestra realidad y ver la vida de manera distinta; descubriremos los valores más importantes y recuperaremos nuestra vida divina.
Algunos, cuando comienza a reconocer su realidad se dan cuenta que están inmersos en una oscuridad muy profunda y les parece que no encontrarán salida pero es justamente ahí en donde hay que comenzar el cambio sin dudar, confiando en la infinita misericordia del Señor.
Puede ser que, en nuestra vida interior, siempre encontremos algún punto negro porque somos seres humanos, tenemos defectos, en la forma de pensar y de actuar; justamente, ese “puntito negro “es lo que nos limita para llegar a ser verdaderamente felices.
Al descubrirlo surge la angustia y, en consecuencia, tenemos miedo de alumbrar nuestra vida. Porque cuando uno alumbra su vida, la vida misma y nuestra conciencia, exigen el cambio.
Entonces... ¿qué hacemos y decimos algunas veces?: -“Hay mucha luz… cerremos la persiana”.
Es en ese instante cuando Jesús nos repite: “Abrí la persiana para que llegue la luz de Dios a tu corazón y te acompañe siempre”.
Nunca la luz de Dios puede condenarte sino acompañarte en todo lo que tengas que cambiar, aliviándote y dándote seguridad al enfrentar la oscuridad de tu corazón.
Sé que, a veces, es difícil… son muchos los errores cometidos, pero, en algún momento, tenemos qué relajarnos, confiar y entregar nuestra vida a Dios.
Cuanto más oscuro, más miedo tenemos, ¿no?
No sé si alguna vez escucharon la historia de un chiquitito que estaba durmiendo con su papá. Les cuento.
Una noche muy oscura el papá y el hijo se fueron a dormir. Después de rezar cada uno agarró su frazadita y se dispuso a entregarse al sueño.
Luego de una hora… el chiquitito se despertó y gritó: -“¡Papá!”
-“¿Qué pasa hijo?”
-“Está muy oscuro papá, no vemos nada”.
-“No pasa nada hijo, yo estoy con vos”. “Quedate tranquilo… dormí… no tengas miedo”.
Pasó un rato largo y el chico se despertó otra vez:
-“Papá, papá… está muy oscuro papá. Es muy profunda la oscuridad. No veo nada papá”.
El papá miró el reloj y le dijo: -“Si hijo, está muy oscuro, no se ve nada, nada… pero quedate tranquilo, estamos juntos”
Un rato más y otra vez volvió el niño a despertar al papi pero esta vez al tiempo que le decía: -“¡Papá!”-, tomó su mano con fuerza.
Entonces el papá le preguntó:
-“¿Qué pasa hijo con vos?, ¿no puedes dormir?”
-“No papi, no es eso, te agarré la mano para que vos no te asustes de la oscuridad”.
(Fíjense cómo el corazón del chico se acerca a su padre pero… no quiere reconocer que tiene miedo. De cualquier forma la gran confianza que le tiene lo lleva a aferrarse de su mano). ¿Cómo termina la historia?
El niño dice: -“Te agarro por las dudas de que vos tengas miedo, papá”.
Y el papá contesta: -“Bueno, yo te abrazo. Nos abrazamos los dos y nos dormimos juntos”.
El Señor nos dice lo mismo a nosotros.
¡Cuánto nos cuesta aceptar nuestra oscuridad!, ¡cuánto nos cuesta expresar lo que nos pasa!
Dios es un Padre que tiene una ternura muy grande y una comprensión infinita.
Cuando extendemos nuestra mano confiando en él, Dios nos abraza.
Su consuelo y su amor no tienen fin. Él nos toma entre sus brazos para que tu y yo podamos relajarnos y descansar viviendo la realidad de cada día.
Jesús te invita y te vuelve a repetir: “aunque tu vida sea oscura, Dios tiene ternura suficiente para acompañarte y ayudarte a encontrar una vida mejor, una vida digna; siempre y cuando extiendas tu mano para agarrar la suya. La mano de ese Dios pleno de misericordia que vino a nosotros para llenarnos de luz, para cambiar nuestra mirada y darnos vida, vida en abundancia”.
Revista Compartiendo
Imagen de la portada.

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